*Joaquín Ma Aguirre Romero
Permítanme comenzar con una frase que no es mía. Ha
escrito Derrick de Kerhove, el continuador de la obra del gran visionario de
los medios de comunicación de este siglo, Marshall MacLuhan, que "el
futuro ya no es lo que era". Al futuro, como a los cuadros, hay que
mirarlo desde cierta distancia. Nuestro problema es que, a diferencia de gente
como Nostradamus, que podían permitirse el lujo de profetizar a varios siglos
vista, tenemos ante nosotros un futuro de miniaturistas, por seguir con
el símil de la pintura. Lo tenemos tan encima que, más que con un telescopio,
hay que verlo casi con lupa. Como es evidente, esto reduce la situación del
futurólogo a la del agente de bolsa, es decir, a la de alguien que trata
desesperadamente de recopilar los datos del presente para poder tomar una
decisión para el día siguiente.
Evidentemente, yo no estoy aquí para
diseñarles un futuro que desconozco cuándo empieza y cómo va a ser. Supongo que
no esperan eso de mí. En cambio, me atrae la idea de "frontera" que
se me propuso porque implica los dos lados de algo, una separación, un aquí y
un allí casi sin solución de continuidad. Hablaremos, pues, desde este lado de
la frontera, una frontera móvil, eso sí, una frontera que, como la de los
pioneros, se va extendiendo con nuestras acciones diarias. Porque, en el fondo,
somos, eso, pioneros ante una época que sentimos nueva, como el inicio de algo.
A esta época se le ha denominado
"Sociedad de la Información" y eso, a las personas relacionadas con
el mundo de la comunicación en sus más diversas manifestaciones, nos gusta y
nos halaga. Nos da la sensación de que es algo más nuestro que de los
otros, que vamos a tener un mayor protagonismo en el futuro, que va a
colocarnos en un lugar de privilegio y quizá no sea necesariamente así.
Puede ser que ustedes tengan claro
qué es eso de la "Sociedad de la Información". Yo, sinceramente, no
con demasiada claridad, aunque lo intento con cierta asiduidad hilando cabos y
recogiendo detalles con los que voy tratando de perfilar ese concepto, tratando
de darle un sentido y una coherencia. Y creo que es por lo primero que
deberíamos preguntarnos. Al fin y al cabo, es el futuro al que todos nos
dirigimos.
Creo que, a diferencia de otros
momentos de la historia en los que ha existido un grado menor de
autoconciencia, la construcción de ese futuro a corto, medio y largo plazo es
competencia de todos nosotros. Y, al decir "todos", me estoy
refiriendo incluso a aquellos a los que no se tiene en cuenta tradicionalmente
en estos menesteres. Marshall MacLuhan escribió: Todos los individuos,
deseos y satisfacciones están copresentes en la era de la comunicación —en La
aldea global—, y tenía razón. Creo que es importante, puesto que a todos
nos afecta, que dediquemos algunos minutos a tratar de explicar qué significa
o, al menos, qué entiendo yo —que tiempo habrá para el debate posteriormente—
por eso de "Sociedad de la Información". Comenzar por aquí nos
permitirá comprender aspectos más específicos más adelante.
La Sociedad de la Información
Quizá les haya llamado a algunos de
ustedes la atención la terminología con la que los historiadores realizan la
división de los diversos momentos de la Historia. Se comienza hablando una Edad
de la Piedra, de una Edad del Bronce y de una Edad del Hierro, para pasar a
hablar después del Mundo Antiguo, la Edad Media, la Edad Moderna y, por último,
de la Contemporánea. Es decir, se comienza clasificando en función de los
materiales básicos utilizados para pasar a una división meramente cronológica
de los grandes períodos.
La Sociedad de la Información es la Edad
del Bit. De la misma forma que aquellos mundos cambiaban con el
descubrimiento y utilización de nuevos materiales, el bronce o el hierro, que
posibilitaban el desarrollo de cambios tecnológicos, en la historia de nuestra
especie ha aparecido un nuevo elemento: el bit, la digitalización, un
elemento que está cambiando —y lo hará más intensamente en el futuro— nuestra
organización social, nuestra forma de trabajo y, para algunos, también lo hará
en nuestra forma de pensar y percibir.
De alguna forma, hasta hace muy poco
—y ahora podemos ser conscientes de ello— estábamos viviendo en una Edad del
Hierro mejorada. Se ha repetido hasta la saciedad la idea de Nicholas
Negroponte en la que resaltaba el paso del átomo al bit, de lo sólido a
lo energético-informativo, pero sin embargo, no se ha comprendido —o no se ha
explicado suficientemente— su profunda significación.
La digitalización supone la
transformación de algunos de los elementos básicos de la construcción social y
una de sus manifestaciones —solo una de ellas— es el cambio en los Medios de
Información. Una Sociedad de la Información no es —como algunos piensan— una
sociedad más y mejor informada, que también deberá serlo. Es una sociedad en la
que toda una serie de elementos se convierte en "información", en el
sentido cibernético del término. Por decirlo metafóricamente, estamos ante una
nueva forma de alquimia: la alquimia del bit. Muchas cosas que antes se
producían y consumían en estado sólido, ahora son transmutadas, por
efecto de esa nueva versión de la piedra filosofal que es la digitalización, en
bits, en energía que puede ser modificada, almacenada, transmitida,
duplicada, multiplicada... Este es el auténtico principio de la nueva Era de la
Información: el bit. Todo de lo que podamos hablar y de lo que
hablaremos no es más que una derivación, una consecuencia de este proceso
básico mediante el cual podemos reducir toda una serie de elementos complejos a
la mínima expresión: la numérica binaria. Bit es binary digit, cifra
binaria, la máxima sencillez alcanzada en la representación. Los franceses
utilizan el término "numérico", en vez de "digital" —así,
pueden hablar de ciudades numéricas, para referirse a las ciudades
digitales o virtuales—. Efectivamente, la digitalización es la aprehensión
numérica o matemática de la realidad para ser manipulada. Un viejo sueño que,
desde Pitágoras y Platón, viene rondando a la Humanidad. Ya no se trataba de la
expresión matemática del mundo físico mediante fórmulas, sino de la descripción
de lo perceptible, lo sonoro, lo visualizable, etc.
Si damos el salto de lo simple a lo
complejo, del origen a sus efectos, de la raíz a las ramas más altas, nos encontraremos
con una serie de secuencias encadenadas capaces de producir este cambio de
Tiempo, esa nueva Era del Bit, o de la Información. De los múltiples efectos
sobre el conjunto de la sociedad —pensemos que se ven afectados prácticamente
todos los sectores de la vida: la enseñanza, el arte, el comercio, el trabajo,
la administración, el almacenamiento y conservación de la información, y la
comunicación en todas sus facetas—, nos interesan especialmente los últimos:
los que afectan a ese otro sentido del término "Información", al
sentido mediático.
La velocidad del cambio.
El primer gran reto que presenta el
futuro digital se plantea desde una circunstancia que ya había sido observada
de forma general: la aceleración del tiempo. Históricamente estamos fabricando
—porque el tiempo lo fabricamos nosotros con nuestra percepción del cambio— un
tiempo difícilmente habitable o, por lo menos, incómodamente habitable. Esta
aceleración del tiempo, conjugada con la mayor duración de la vida humana, hace
que nos sintamos incómodos de forma permanente. Los síntomas generales son las
diferencias generacionales, en el ámbito familiar, y los reciclados
permanentes, en el ámbito laboral. Estamos cambiando el mundo muy deprisa,
quizá demasiado para comprender muy bien lo que hacemos.
En el campo de la información, este
cambio acelerado se traduce en dos factores: en la renovación tecnológica, con
la aparición de nuevos formatos partiendo de los antiguos modelos, y en la
búsqueda de la adecuación entre las estructuras informativas emergentes y las
audiencias, es decir, el ajuste de la información con los que han de recibirla,
con la sociedad, que, a su vez, también cambia modificando sus exigencias y
circunstancias. Muchas veces se cae en el error de creer que la renovación
tecnológica solo es problema de los medios, cuando es una faceta más de un
cambio social y cultural mucho más amplio.
Hace quince años existía un mundo
informativo bastante ordenado. Había habido sucesivas reestructuraciones
partiendo del sistema monológico de la Prensa con las entradas de la Radio,
primero, y de la Televisión después. A diferencia de la Prensa, que hace llegar
las noticias a través de un soporte individualizado, la Radio y la Televisión
impusieron un modelo de audiencias. Los consumidores de información ya
no adquirían nada, sino que bastaba con que tuvieran un receptor de radio o de
televisión, en cada caso. Esto es historia, pero supuso el primer gran cambio
en las estrategias de desarrollo de las estructuras informativas. Ese era el mundo
eléctrico, que McLuhan estudió y definió dentro de su particular y
genial visión de los Medios, antesala del digital.
Desde los años sesenta, la
Televisión se convirtió en el medio predominante en el sistema informativo.
Logró imponer un modelo propio consistente en una combinación de información y
entretenimiento. Se convirtió en una maquinaria capaz de satisfacer y crear
necesidades, en un elemento integrado en la vida cotidiana las veinticuatro
horas del día, en un elemento permanentemente disponible para sus potenciales
receptores. A diferencia de la Prensa, que buscaba un sector determinado de
público, la Televisión buscaba la captación de todos los sectores sociales. La
Televisión obligó a todos los demás Medios —competidores dentro del sistema—, desde
la prensa al cine, a buscar los huecos que ésta dejaba. Cuando parecía que el
sistema había quedado estable llegó la revolución digital.
De forma más o menos silenciosa, con
la sola emergencia de algunos síntomas, se ha producido —se sigue produciendo—
una de las grandes guerras tecnológicas de los últimos siglos. De esta guerra
subterránea se siguen librando batallas casi cada día. Este conflicto ha tenido
dos fases muy definidas. La primera de ellas es la socialización de la
informática, que pasa de las grandes instituciones y empresas a introducirse
poco a poco en el tejido social. La segunda es la aparición y expansión
acelerada de las redes de comunicación que, combinadas con el mundo
informático, comienza a restar protagonismo al coloso televisivo.
Debemos señalar que, históricamente,
ha ganado con un amplio margen la tecnología digital. Todos los medios
existentes se han visto sometidos a procesos de reconversión hacia el campo
digital. Ya hay radio digital, televisión digital, cine digital, discos
digitales y prensa digital. Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que nos
encontramos en la primera ola de la era digital.
El gran problema que se plantea,
como vemos, no es la sustitución de lo analógico por lo digital que se va
produciendo a ritmo acelerado, sino el nuevo reparto de poderes y el mapa
resultante. Se trata de pasar de un campo organizado a otro nuevo; de un campo
estable a uno que todavía no se ha terminado de formar. La primera tentación
fue intentar un calco del sistema antiguo al nuevo. Sin embargo, pronto se
comprendió que ese modelo podía ser peligroso. Los primeros intentos
demostraron que el mundo digital difería mucho del analógico, que su
comportamiento era muy distinto. En el sistema informativo tradicional los
roles estaban claramente definidos y la comunicación fluía en un solo sentido:
de arriba abajo. El sistema tradicional era pasivo, mientras que el digital es
terriblemente activo, horizontal y dinámico. En el sistema tradicional el
capital, al necesitar de grandes inversiones económicas, lo es todo y marca las
distancias entre unos y otros. En el sistema digital, por el contrario, son las
ideas las que priman sobre el capital. Los gigantes de la comunicación
comprendieron con horror que ya no tenían que vérselas con los otros grandes
del sector —sus enemigos tradicionales—, sino con pequeñas compañías creadas
casi de la nada que se movían muy bien, con gran agilidad, en las finas capas
del mundo digital.
Las noticias económicas del último
año en el sector de las comunicaciones se repiten hasta el aburrimiento:
"gigante de las comunicaciones compra por x millones de dólares una
pequeña empresa". Incapaces de moverse a la misma velocidad, hacen lo
único que pueden hacer: compran para controlar. Pero las pequeñas compañías con
buenas ideas, ideas que se desarrollan rápidamente, crecen por todas partes.
La etapa de los medios electrónicos
produjo grandes monstruos en el campo de la comunicación, gigantescas empresas
nacionales y transnacionales, Titanics de la comunicación que seguían
unas políticas de concentraciones de medios y de absorciones, políticas de
crecimiento continuo, políticas, en última instancia, de la Edad del Hierro a
la que nos referíamos anteriormente. Es una ley natural que los seres que se
encuentran muy adaptados a un medio, cuando, por circunstancias críticas,
cambia radicalmente ese medio, lo pasan peor que aquellos con un grado menor de
adaptación.
La palabra clave en estos últimos
años ha sido "convergencia". Parecía ser una palabra mágica capaz de
resolver el profundo conflicto en el que nos vemos inmersos. La convergencia es
el intento de los grandes gigantes de la industria de la comunicación y el
entretenimiento de evitar que el entorno cambie en su contra. Su poder es tan
grande que pueden conformar el futuro a su medida o, al menos, lo intentan.
Esto es lo propio de los grandes gigantes económicos; su poderío se manifiesta,
precisamente, en esa capacidad para diseñar el campo e imponer las reglas del
juego.
Sin embargo, esta vez las cosas son
muy distintas. El mundo digital no es un mundo diseñado artificialmente y, en
gran medida, escapa al control de los grandes grupos. Es cierto que existe un
gran acuerdo mundial sobre el desarrollo de las telecomunicaciones y unos
planes estratégico-comerciales que abarcan el diseño de infraestructuras y
tecnologías para un futuro inmediato. Pero también es cierto que la gran
movilidad y productividad que permite el ámbito digital obliga a remodelar
constantemente las estrategias. Lo digital no es lo informativo. Lo informativo
es una parte de lo digital. El alcance de la revolución digital se manifiesta
precisamente en este carácter de incontrolable, en su crecimiento vertiginoso.
Su profundidad es social y cultural y, por tanto, hay muchas decisiones en
manos de los individuos.
Creo que será revelador analizar,
aunque sea brevemente, el caso que a mi entender mejor simboliza esta tensión
entre los deseos de los grandes grupos y el desarrollo social. Podríamos
titularlo como La lucha entre el televisor y el ordenador.
La lucha entre el
televisor y el ordenador.
Habrán tenido ocasión de leer o
escuchar a lo largo de estos últimos años noticias, que podemos calificar de
necrologías avanzadas sobre la llamada "muerte del PC". Hay otras
versiones que se limitan a proponer esa especie de lobotomía informática que se
llama el "PC tonto" o PC desprovisto de disco de almacenamiento.
Estas informaciones no son casuales ni fruto de lucubraciones de analistas
despistados. Responden a esa lucha por lograr la hegemonía en la era de la
Información. En este sentido, televisión y ordenador son combatientes en una
lucha sin cuartel. A la gran industria y a los grandes grupos de comunicación
les interesa un simple receptor, un televisor mejorado, digital e interactivo,
sí, pero televisor, al fin y al cabo.
El modelo televisivo de la
información es el que mejores resultados ha dado en el pasado y es el que
permite negociar grandes paquetes informativos, desde una liga de fútbol hasta
la producción completa de una productora cinematográfica. Con la televisión,
siempre se habla de miles de millones, de dólares o de pesetas, pero siempre de
miles de millones. Por mucho que se diversifique y especialice, por mucho que
se divida en canales temáticos, las audiencias también son millonarias, normalizadas
por el efecto de la universalización cultural, receptoras de unos mismos
contenidos, demandantes con necesidades, inducidas o no, similares. La
televisión es el espectáculo global, universal, y el espectador es también un
espectador universal.
El mundo digital es, por el
contrario, el de la diversidad. Cada ordenador puede abrir una puerta a la
sociedad de la información. Convierte al receptor pasivo del televisor en
productor activo en un campo también universal, el cyberespacio. Además, crea
un sentimiento de pertenencia, de comunidad entre sus miembros, pueden
organizarse; les permite hablar entre ellos y manifestar sus opiniones
libremente, ser críticos con lo que se tercie; sus respuestas son fulminantes y
contundentes. Al existir múltiples fuentes a su alcance, son menos manipulables
o, si se prefiere, dado que toda fuente es manipulable, tiene más puntos de
contraste; de hecho, cada usuario es potencialmente una fuente de información,
puede convertirse en un nuevo medio con muy poco esfuerzo. Tampoco temen a los
grandes dinosaurios de la industria: recuerden el caso del error del procesador
Pentium y los miles de millones que le costó a la compañía Intel. Ni a la
industria ni a las instituciones políticas. El escándalo Lewinsky nació en
Internet, aunque otros medios tradicionales habían tenido conocimiento previo.
La única gran derrota del Sr. Gates se la infligieron los usuarios de Internet,
que rechazaron su MSN (Microsoft Network), y le obligó a retirarse a sus
cuarteles de invierno de las Intranets, aunque de nuevo vuelve al
ataque. Incluso, en estos últimos tiempos asistimos al apoyo de los grandes de
la industria, como la IBM, al sistema operativo Linux, generado a través
de la comunidad, como intento de frenar el avance del todopoderoso Gates. Este
caso es especialmente significativo y algo de esta naturaleza hubiera sido
impensable hace unos cuantos años.
Los intentos de restringir el ámbito
del ordenador personal a la esfera del trabajo e introducir en los hogares esa
suerte de ordenador tonto, de caja de navegación sin capacidad
productiva, o de producir un supertelevisor que absorba las funciones de todos
los demás aparatos de comunicaciones, desde el fax a Internet, desde la radio
al teletexto, pasando por el contestador telefónico, es precisamente el intento
de redirigir las audiencias hacia ese modelo información-entretenimiento
característico de la televisión en detrimento del informático. Un modelo —el
televisivo— controlable desde un despacho, diseñable, programable, como había
sucedido hasta el momento, un modelo como en los viejos y buenos tiempos.
Pero el campo ha cambiado
definitivamente; es difícil que se pueda alterar el curso de lo digital. Habrá
espacio controlados, pero ya no serán los únicos. La libertad de los usuarios
no es fácilmente anulable. Ya no tienen sentido esos ataques contra la morralla
existente en Internet, o la falta de credibilidad de sus fuentes, o reírse de
las tonterías que la gente dice en los "chats", o considerar
narcisistas las páginas personales de la red. A quien le corresponda tiene que
entender que la Red no es un medio, sino un espacio; que no es algo diseñable,
sino habitable; con usuarios, pero con vecinos.
Los modelos de la prensa y la televisión: una
elección en la era digital.
La televisión y la prensa han ido
depurando sus modelos informativos a lo largo de su historia. Han tratado de
ser, a la vez, competitivos y complementarios. La llegada de los medios
digitales nos revela nuevos aspectos de esta lucha entre modelos diversos. La
gran pregunta es: ¿cómo ha de ser la información en la era digital? Para poder
responderla —al menos, para poder dar una respuesta posible— hemos de tener en
cuenta una serie de circunstancias previas que no se suelen tener en cuenta al
hablar de información.
Tradicionalmente, al analizar
comparativamente los dos medios, solo se han tenido en cuenta tres parámetros:
la cantidad, la velocidad y la extensión de la información. De esta forma, se
decía que la prensa ofrecía más cantidad de información que la
televisión; que la televisión era más rápida que la prensa o que la
televisión llegaba a más receptores que la prensa.
Ha sido la prensa la primera, no sin
reticencias, en llegar al campo digital. Es necesario insistir, por lo
revelador de las actitudes, que la entrada de los medios impresos en el campo
digital fue más por obligación que por devoción. A la primera actitud de
desprecio siguió otra de prevención, de temor a aquello que crecía de forma
alarmante a gran velocidad. Los medios impresos entraron en el medio digital
por temor a perder posiciones en algo que no tenían demasiado claro cómo iba a
evolucionar, pero que pronto tuvieron muy claro que les iba a afectar de forma
directa. Había que estar allí por lo que pudiera pasar. Los medios impresos,
temerosos de una segunda reestructuración crítica, como la provocada por la
televisión, fueron tomando posiciones en la carrera digital.
Su primer intento fue el simple
volcado de la información en las redes de comunicación. Los lectores de los
periódicos encontraban un duplicado del papel en la pantalla del ordenador.
El debate se inició inmediatamente:
¿debían repetir los periódicos las fórmulas y formatos propios del papel en las
redes? La conclusión fue rotunda: no. Pero en lo que no se logró un acuerdo fue
en qué había que hacer. La palabra clave apareció pronto: interactividad.
Los medios debían ser interactivos. Es decir, debían dar entrada a la
participación de los lectores. Pero, ¿qué era eso?
Permítanme que les cuente una
anécdota. Cuando el periódico de habla hispana de más tirada de todo el mundo
se lanzó a la red, recuerdo la lectura, durante una interminable descarga de
página, de un eufórico texto pleno de retórica, en el que se decía que el
diario quería romper las estructuras convencionales, dar entrada al
mundo de los lectores, abrirlo a su participación, contar con
ellos para todo... y para alcanzar estos fines revolucionarios en el mundo
de la información cada día haría una encuesta sobre un tema fundamental que
permitiera el diálogo y la participación de todos. Bien, la tan esperada
pregunta, situada al final de aquel largo discurso, la primera pregunta, era
muy directa: ¿Pelé o Maradona?
La interactividad se ha convertido
en una especie de mito que desconoce cuál es el alcance del Medio. Se entiende
como una especie de circo peculiar que los medios deben organizar alrededor de
lo que les es propio: la información. Así, los medios se ven obligados a
establecer tertulias, a realizar sorteos, concursos, etc. Cualquier cosa con
tal de que los posibles asistentes a sus páginas estén entretenidos. No hace
mucho —y disculpen esta nueva anécdota, pero creo que son detalles reveladores—
tuve ocasión de entrar en unas páginas realizadas por alumnos de una Facultad
de Ciencias de la Información española. El profesor les había dado una especie
de listado con las características principales que debían tener los medios en
la red y que ellos debían evaluar en las publicaciones digitales que eligieran
para su trabajo. Los resultados de las investigaciones escolares venían a ser
muy parecidos: "permite poca interactividad, solo el correo electrónico
para consultas".
En los últimos tiempos se ha podido
comprobar que los periódicos en la red se han llenado con lo que es el
equivalente de los "pasatiempos" y, sin embargo, han limitado las
consultas hemerográficas a la semana anterior respecto al número vigente. De
seguir así, dentro de poco, los periódicos en vez de contratar periodistas
contratarán animadores sociales.
El reto al que se enfrentan los
medios de información en la era digital es tan sencillo como difícil: deben
cumplir la función que tienen asignada aprovechando los nuevos recursos para
ofrecer mejor servicio y calidad. Algo tan sencillo como esto, pero muy fácil
de olvidar. Lo único que, como mínimo, debe tener claro cualquier empresa es para
qué existe.
A mi modo de entender, deben evitar
una gran tentación: la tentación de desviarse de sus funciones informativas
tratando de buscar, por medios no específicos, unas audiencias que todavía no
están definidas en el campo digital. Lo único que conseguirán es desvirtuar su
función y, poco a poco, ir perdiendo su propia identidad. Esto es el resultado
de una construcción precipitada de su posición relativa dentro del sistema
informativo general. Cuando sabemos dónde está el Norte, es fácil orientarse;
si el Norte cambia continuamente, ya no es tan sencillo saber dónde se está. La
evolución constante del nuevo espacio, en gran parte debido a la creciente
ampliación de sus posibilidades tecnológicas, hace que en muchos casos se estén
dando palos de ciego.
El gran reto, pues, es saber qué
se es, primero, y qué se quiere ser, después. Debemos retomar aquí
algo de lo que indicábamos en el inicio: la aceleración de los cambios. ¿Es
posible un escenario estable o estamos condenados a la remodelación permanente?
De todos los medios de información, la situación más preocupante es la de la
Prensa. Los motivos son obvios: la Prensa es un invento del siglo XIX; está
ligado a un soporte concreto, material: el papel. Los periódicos se miden por
sus tiradas. Por el contrario, la Radio y la Televisión son medios eléctricos,
no tienen soportes, sino receptores. Su electrificación le hace fácilmente
digitalizable, porque lo que se hace digital es la señal. En los
periódicos hay que cambiarlo todo. Obsérvese la ironía: los primeros en
digitalizarse por medio de la informatización fueron los periódicos. Mucho
antes de que los ordenadores entraran en los estudios de televisión o en los de
radio, ya habían entrado en las redacciones y en las imprentas. Sin embargo —y
aquí radica la parte cruel de la ironía— todo este proceso de informatización
estaba puesto al servicio del papel. La Prensa, que debe su nombre al
instrumento mecánico que imprimía el papel, lleva camino de no tener material
sobre el que estampar sus noticias. La Prensa, el medio más prestigioso en
cuanto a la información, el de más solera, tiene que decidir si lo sustancial
de su función es imprimir sobre papel o transmitir información.
La decisión no es fácil porque es el
soporte y sus características el que establece la identidad y las formas de
consumo, el que establece las condiciones de la emisión y la recepción. Pero lo
realmente importante no es el soporte, sino la función que cumplen, su
capacidad para alcanzar los fines propuestos.
Les pondré un ejemplo de esto, un
ejemplo aparentemente complicado porque se puede interpretar en su resolución
de forma absolutamente contraria. Hace unas décadas, Méjico inició un ambicioso
programa de Televisión educativa que comprendía todo el territorio. Un costoso
material audiovisual educativo fue elaborado por pedagogos y expertos en
comunicación. Los alumnos de todo el país acudían un par de veces al año a las
capitales de los estados a realizar los exámenes correspondientes y alcanzar
sus títulos. Una comisión de expertos evaluaba los resultados obtenidos por los
alumnos de los diferentes centros. Les llamó la atención los resultados de una
población, que estaba muy por encima de la media estatal. Cuando llegaron al
lugar para investigar el porqué de aquel curioso caso se encontraron con lo
siguiente: las dificultosas condiciones geográficas del lugar impedían la
recepción de las imágenes televisivas. Los alumnos habían obtenidos aquellos
magníficos resultados solo con escuchar los contenidos. Mientras otros tenían
"televisión educativa", ellos tenían solo "radio
educativa". El caso, por si a alguien le interesa, lo recogen John Tiffin
y Lalita Rajasingham en su obra En busca de la clase virtual. La educación en la sociedad de
la información (reseñada en Espéculo nº 7, noviembre
1997-febrero 1998).
El caso se podía solucionar de dos
maneras: la primera, colocando un repetidor de señal en lo alto del monte que
obstaculizaba la llegada de las imágenes. La segunda, suprimiendo el programa
de televisión educativa y trasformándolo en radio educativa. Desconozco cuál
fue la elección que realizaron, pero conociendo la naturaleza humana, me temo
que la primera.
¿Por qué les cuento este caso,
cuanto menos, curioso? Creo que nos enseña algo sobre las funciones, los
objetivos y los medios para conseguirlos. Creo que guarda cierta analogía con
lo que está sucediendo en estos momentos con los medios de comunicación y su
forma de abordar la entrada en la Era del Bit, en la Era digital.
Cuando se observan los diferentes
movimientos estratégicos que se están desarrollando, y permítanme que recurra a
una especie de freudismo mediático, uno descubre en el inconsciente un secreto
reprimido: en el fondo, muchos sienten lo que podemos denominar envidia del
televisor. Uno percibe una especie de complejo de castración televisivo
en muchos de los deseos que se manifiestan ante el futuro de los medios. La
convergencia parece apuntar al modelo televisivo, al televisor-total. Si esa
especie de complejo no se supera, lo que se producirá, como señalábamos antes,
es una pérdida de identidad, seguido de una pérdida de función. Desde el punto
de vista de los receptores, cuando sean incapaces de diferenciar ambos medios,
¿qué sentido tendrá elegir? Y más todavía: ¿qué sentido tendrá la diversidad de
medios?
Creo que el mundo digital abre unas
posibilidades inmensas en el campo de la información. Pero creo también que es
básico, urgente, necesario, que se produzca un examen de conciencia en el que
se resuelvan esas contradicciones en las que se está incurriendo y que pueden
llevar al desastre.
Diez modestas consideraciones y sugerencias (por
si le interesan a alguien)
Me gustaría concluir esta
intervención con una serie de consecuencias —diez, que suele ser un número
adecuado en estos casos— que se desprenden de lo explicado anteriormente junto
con otras que sirvan de muestra, aunque sea breve, de muchas cosas que se han
quedado, en el tintero o en el ordenador. Son una mezcla de reflexiones sobre
lo que hay, previsiones sobre lo que podría haber y algunas sugerencias. Sin
más, las paso a enumerar:
- La integración en grandes grupos de comunicación
de la mayor parte de las cabeceras, con presencia en casi todos los medios,
hace que se preste una atención secundaria al fenómeno de la Prensa
respecto al de los otros medios, especialmente los audiovisuales. Las
políticas que se siguen son más empresariales que informativas, es decir,
atienden más a los resultados económicos que a los problemas mediáticos.
El capital no tiene ningún inconveniente en trasladarse de un medio a otro
en busca del mejor rendimiento económico. Puede que esto deba ser así
desde una perspectiva empresarial, pero no desde una perspectiva
profesional, que es la que creo que en este momento debe interesarnos.
Algunos ya han dado por muerta a la Prensa y la consideran un cadáver
exquisito o un vestigio del pasado que hay que conservar como a cualquier
otra especie en vías de extinción. Frente a tantas voces agoreras, creo
que la supervivencia —posible— depende de algunos de los factores
descritos anteriormente.
- El factor clave es la obtención de la
información. Puede que las redacciones, en el sentido clásico espacial,
dejen de funcionar tal como han funcionado hasta el momento. Pero lo que
está muy claro es que las informaciones las obtienen los informadores y
que estos se enfrentarán a nuevos retos en cuanto a su trabajo y
funcionalidad. [Esta tarde, mi buen amigo Pepe Cervera les hablará sobre
el periodista digital. No se lo pierdan, porque es una de las personas que
más saben de este mundo de la información] Es indispensable que se forme a
los nuevos profesionales desde una perspectiva de futuro. En esto, todas
las Facultades de Ciencias de la Información tenemos una gran
responsabilidad. Y no me estoy refiriendo tanto a cuestiones prácticas
como a la experimentación de nuevas fórmulas y modelos comunicativos en
colaboración con los medios. Si el divorcio entre teóricos de la
información y sus practicantes no hubiera llegado tan lejos como, en
líneas generales, ha llegado, sería posible buscar soluciones conjuntas o,
al menos, estudiar los modelos propuestos.
- Junto a esto, no podemos olvidar que la sociedad
de la información también produce información. La noticia pasa a estar en
muchos más lugares, ya no solo en los escenarios físicos, sino también en
el cyberespacio. Los usuarios de las redes también emiten información. No
hay que despreciarlos.
- Otro factor clave: todos los medios de
comunicación en la Red están copresentes. Es decir, los usuarios tienen
acceso a todos los medios simultáneamente. En el kiosco de prensa están
los medios expuestos para ser elegidos por el lector, que se suele llevar
un periódico y deja el resto. En el nuevo sistema digital nos encontramos
con todos los medios simultáneamente; podemos pasar de uno a otro o
podemos acceder a través de esas páginas que nos ofrecen seleccionadas
noticias de todos ellos. Tenemos en nuestro ordenador los periódicos
locales, los nacionales y los de otros países: Sin aumentos de tirada, sin
aviones, barcos o camiones... Podemos acceder a cualquiera de ellos desde
cualquier parte del mundo. Esto obliga a modificar las relaciones
habituales entre secciones y las proporciones entre las informaciones locales,
nacionales e internacionales. Todo esto estaba diseñado pensando en un
tipo de lector más o menos próximo especialmente al origen del medio.
Cuando un medio impreso decide crear una edición para ampliar su cobertura
a otro espacio geográfico —otra región o ciudad—, modifica la parte local
del periódico para acercarse a los nuevos lectores. Pero, ¿y ahora? Este
problema no tiene fácil respuesta, ya que su origen está en el carácter
material del periódico, su sujeción al tiempo y el espacio. Por ejemplo, todos
los periódicos han aumentado en los últimos años sus secciones de
información local, y un fenómeno análogo se ha dado con el florecimiento
de las televisiones locales. A los lectores les gusta estar bien
informados de lo que les afecta más directamente. Pero, ¿qué sucede cuando
los lectores de un medio se reparten por todo el globo? No creo que se
esté obligado a buscar un lector universal por el simple hecho de que se
pueda acceder al medio desde cualquier punto del mundo. Aquí, como en
tantas otras cosas, no se puede dar satisfacción a todos. Hay que tomar
decisiones estratégicas, diferentes en cada caso. Lo que sí creo que está
claro es que no es posible elaborar una estrategia comunicativa pensando
en lectores universales. Lo que queremos que interese a todos, puede que
no interese a nadie.
- Hasta el momento, al ser el acceso gratuito, la
estrategia se basa en la financiación a través de la publicidad, es decir,
en atraer usuarios a las páginas de información. Esto permite justificar
las tarifas ante los anunciantes. La publicidad en la red es compleja y
tiene unos condicionantes que no tienen los otros medios, ni los que
trabajan por tiradas (prensa) ni los que trabajan con audiencias
(televisión y radio). Pero lo que no se ha valorado hasta el momento es la
información en sí, su valor. Acostumbrados a cobrar por el papel o por el
tiempo de emisión, no se ha valorado nunca la información más que en los
servicios privados de noticias. Pero, cuidado, las encuestas actuales
muestran una divergencia grande entre lo que al usuario le gusta recibir y
lo que estaría dispuesto a recibir si tuviera que pagar por ello. Hay que
buscar nuevas fórmulas para la financiación.
- La red es una gigantesca base de datos. Es
importante darse cuenta de esto. Para mí hay un hecho claro, que ya he
planteado en algunas ocasiones: junto al informador debe darse mayor
protagonismo y función a una figura que hasta el momento solo ha hecho su
aparición tímidamente en las empresas informativas: el documentalista. No
es ya la producción de información, sino su gestión, su tratamiento. El
documentalista, a su vez, tiene que dejar de ser un archivero mejorado
para pasar a ser un especialista no solo en la búsqueda o recuperación,
sino, como decíamos, en la gestión de la información. El documentalista
tiene que dejar de ser el simple apoyo del informador para la elaboración
de las noticias, para ser la persona que manipule y estructure, conforme a
diversos proyectos, la información que se almacena. La gran riqueza de los
periódicos no son solo las noticias, sino su fondo documental, que no ha
de ser un fondo pasivo, sino activo. El documentalista puede y debe darle
vida.
- El concepto de "periódico", como unidad
empaquetada y cerrada de información debe cambiar. Es necesaria una oferta
informativa —siempre informativa— más amplia. Para ello es necesario el
estudio de las necesidades de los lectores, ajustar los formatos a sus
necesidades. Esto no implica pérdida de la función informativa, sino
maleabilidad, plasticidad en el servicio.
- No nos dejemos engañar por la fascinación de lo
audiovisual: la Red, hoy por hoy, es textual en un 90%. No hay que creer a
los profetas de lo audiovisual, a los que anuncian, como un logro o como
una desgracia, la muerte de la letra y el estallido de la imagen. Es
cierto que la presión de los grandes grupos busca redes más rápidas para
que quepan en ellas los servicios audiovisuales. El cable se plantea como
el medio de desarrollo de lo audiovisual. Pero esto no significa que la
información deba extinguirse en su formato textual. Las diferencias entre
la imagen y la palabra son lo suficientemente claras y amplias como para
que cualquiera de ellas deba fagocitar a la otra. Otra cuestión es con
cuál se puede hacer más y mejor negocio, es decir, la perspectiva comercial
de nuevo. Los grandes grupos de comunicación comenzaron a tener en cuenta
Internet en el momento que se estableció una correlación clara entre el
tiempo que dejaba de pasar la gente delante del televisor para ponerse a
navegar por la red.
- Saquemos partido a las posibilidades, pero no nos
dediquemos a lo que nos desvirtúa si nos aleja de nuestra identidad y
función. La posibilidad de romper las barreras físicas de la información
impresa y dar salida a más y mejor información a través de los medios
digitales; la posibilidad de acceso selectivo a la información; la re-elaboración de los fondos documentales; el establecimiento de diversos
niveles de intensidad informativa conforme a las necesidades de los
usuarios, etc.; son posibilidades abiertas al mundo de la información
- El problema de la dispersión de las audiencias y
el efecto directo que tiene sobre las contrataciones publicitarias, sostén
de los medios hasta el momento, nos debe hacer buscar otras formas de
segmentación de los usuarios. Una posible respuesta podría ser las
especializaciones temáticas dentro de los medios. Hay mucha más demanda de
información especializada de la que se supone. Secciones actualmente
limitadas o demasiado generales pueden desarrollarse según la demanda
interesada de los lectores. Una de las más grandes ventajas de los medios
digitales es que el aumento de información no implica aumento de espacio.
¿Los límites?: los de nuestro esfuerzo.
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