miércoles, 5 de septiembre de 2012

Homo Zappens (Daniel Innerarity)


Un síntoma de la velocidad en que vivimos consiste en el hecho de que lo mediático es, para bien y para mal, el signo de nuestro tiempo. Lo que se gana por un lado como información rápida y accesible se pierde por otro como aceleración del tiempo vital, bajo la presentación de una instantaneidad igualadora. Todas las cosas tienen más o menos la misma importancia y son igualmente fugaces; todas son diarias. Lo bello y lo siniestro, lo memorable y lo efímero conocen un único tono de urgencia. La seriación. Todo es igual, del mismo valor, rango y validez.
Lo anecdótico, lo importante, lo extraordinario, lo picante, lo vulgar, lo sublime, lo entretenido, lo terrorífico desfilan al mismo paso en esta especie de barroca informativo. Un descalabro económico y un escándalo amoroso y un acontecimiento deportivo y el estreno de una opera y el resultado de un juicio y un fallecimiento.. La moral en lo mediático es esta y que, bajo la apariencia de una humilde neutralidad de testigo sin prejuicios, trata de poner en pie de igualdad realidades inconmensurables.
Todas las cosas están así en una vecindad indiferente y poco creativa, compartiendo la misma suerte y sis apariencia de discriminación. No hay entre ellas ninguna relación de jerarquía o importancia en este enciclopedismo aparente. “El empirismo de los medios no soporta más que fórmulas conocidas lo cual lo aísla frente al desarrollo creativo y “cometodo” de las redes sociales, en todo ello existe creatividad y contenido valioso. Lo anterior es porque los medios se ocupan de que no aparezca como relacionado lo que está relacionado”. (Sloterdijk)
Si todo tiene el mismo valor, si es indiferente, entonces el comportamiento que más se ajusta a este modo de proceder es el zapping. Es la correspondencia exacta de la neutralidad informativa. Neutralidad por neutralidad. Si el comunicador (en cualquiera de sus formatos) es el primero que no concede más atención a una noticia o contenido sublime que a una menudencia escandalosa, el homo zappens no puede ser criticado por su afán de no dejarse a atrapar y perder la soberana iniciativa que le proporciona el mando a distancia. Lo único creativo hasta este punto y lo único injustificable es que exija seriedad quien no se hace merecedor de ella.

La primacía del presente
Se puede deplorar el hecho de que en el espacio público se presenten basuras culturales. Pero no puede olvidarse tampoco que –como lo muestra el zapping- los efectos de los medios son cada vez más superficiales y epidérmicos, que la publicidad no tiene tanta fuerza ni creatividad como para aniquilar la reflexión, la comparación y la interrogación personal. Las técnicas de promoción, el marketing, no destruyen el espacio de la discusión y la crítica, sino que ponen en circulación una diversidad de autoridades, multiplican las referencias, los nombres y las celebridades. No es cierto que los grandes productos culturales sean eclipsados por la impostura seudocultural, pierden únicamente su aura, su posición soberana, inaccesible. Se disuelven las figuras absolutas del saber y las actitudes de reverencia en beneficio de un espacio de interrogación más amplio (quizás más creativo). La producción de imágenes es una tecnología que suscita deseos, pero que acelera también su desplazamiento y, a la larga, favorece la desintegración.
Estamos instalados en esa primacía del presente y la instantaneidad, que aparece en la arquitectura rítmica de los productos culturales, dominados cada vez más por el éxtasis de la celeridad e inmediatez. El código de la velocidad impone una superficie de efectos audiovisuales sin interioridad, sin lentitud o tiempos muertos. Se trata de una cultura cinética construida sobre el choque y la sensación inmediata. Todo tiene lugar como si el tiempo de comunicar algo no fuera más que una sucesión de instantes en competición de unos con los otros. El videoclip musical es el arquetipo de una cultura Express, con su desfile de imágenes aceleradas en una combinación de arbitraria y extravagante, que no pretende en absoluto ilustrar un texto musical sino acompañar su ritmo. Cada imagen vale en su instante, sólo cuentan la estimulación y la sorpresa que provocan, no hay más que una acumulación disparatada y precipitada de impactos culturales, una estimulación sin memoria y con códigos de creatividad débiles. El objetivo fundamental es impactar al público con la tecnología del ritmo rápido, de la secuencia flash, de la simplicidad, no hay necesidad de memoria, de referencias, de continuidad. Es la expresión más acabada del culto a la superficie.
Ahora bien todo tiene sus ventajas. La otra cara de la novedad es el envejecimiento prematuro de lo que ayer era presentado como nuevo. Por tanto, cuando se nos anuncia alguna novedad con tonos triunfantes, podemos mirarla con la ironía de quien conoce su próxima caducidad. Por otra parte la inclinación ideológica ha afortunadamente neutralizada, pulverizada por la velocidad. Este es el contexto gracias al cual los sistemas  ideológicos han perdido autoridad y no tanto su posible fracaso práctico. La información es un agente determinado en el proceso de desafección de los grandes sistemas de sentido que acompañan la evolución contemporánea de las sociedades democráticas, reduciendo el impacto de las ambiciones doctrinarias y forjando una conciencia cada vez más reacia a los discursos proféticos y dogmáticos. Descalificando el espíritu de sistema, propagan una alergia a las visiones totalitarias del mundo y aceleran la dispersión individualista. El resultado es un saber genéricame4nte frágil. Los medios de comunicación o mass media tienen por efecto desestabilizar los contenidos y la organización de los conocimientos. Lo que se pierde en seguridad y coherencia se gana en receptividad, elasticidad y creatividad pues da el espacio para ella. Esa cultura de mosaico y rapsódica consiste en que se saben más cosas, pero con menor solidez, nada asimilado ni organizado.

Democráticas del zapping
En este panorama me parece que la figuradle espectador que practica zapping tiene un sinnúmero de razones a su favor. Si las cosas en el mundo de la información son así, nadie le negará el derecho a esa peculiar desconcentración de su nomadismo informativo, lo que a mi juicio resta y paraliza toda acción creativa de lograr consultarse el porqué o como poder hacer el entorno de la información (o producto) más práctica o innovadora. Pero son tiempos propicios para los patólogos ávidos de descubrir nuevas enfermedades. Más difícil es encontrar la terapia oportuna y mucho más caer en la cuenta de que, a menudo, la solución no está en manos de la víctima , atrapada en un sistema cultural que apenas permite otro tipo de comportamiento. Esto es a mi juicio, lo que ocurre con quien practica zapping televisivo. Los expertos lo han abierto la veda contra el gozoso vagabundear saltando libremente de un programa a otro, armado únicamente con el inofensivo mando a distancia. Para el psicólogo se trata de una incapacidad de concentración que destruye el equilibrio interior de una persona (realidad que debe ser tomada en cuenta por los creativos para lograr captar en el tiempo a este espectador). Un oftalmólogo previene contra el dolor de cabeza y de ojos que provoca ese nerviosismo.
La prensa alemana informaba acerca de un matrimonio de jubilados había fracasado por haberse roto el pacífico entendimiento en torno a la elección de los programas. El consenso matrimonial destrozado por el desacuerdo televisivo. Si los jubilados hubiesen hecho zapping se hubieran evitado el conflicto (los publicistas desestiman este segmento pues no consideran  o no han considerado  a este segmento como uno que recobra importancia con la nueva era de la comunicación 2.0). En esta caza y captura se esconde también el resentimiento de la industria publicitaria, lógicamente interesada en impedir que alguien escape de la seducción de los anuncios. Pero el homo zappens tiene una flexibilidad, su capacidad de relacionar, su deseo de obtener una panorámica sobre todas las cosas (hoy lo pueden hacer a través de la red y sus componentes), su intento de no dejar nada afuera de consideración, le confieren una posición muy ventajosa frente a la seriedad de la simulación informativa.
Nos enseña que la atención ha de estar en función de la relevancia y que, donde casi todo es irrelevante, la atención tiende a ser mínima. Pero, sobre todo ha descubierto la verdad de la televisión mucho mejor que quien permanece obstinado en un único programa y se lo toma por completo en serio (dura tarea de los creativos en lograr en cantar a los demás, que componen el entorno de ese medio).
Carlos Soria ha propuesto considerar la televisión como un electrodoméstico más. Lo cual es una manera de protestar contra su pretendido monopolio y decirles a través del mando a distancia “such is not life”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario