Un síntoma
de la velocidad en que vivimos consiste en el hecho de que lo mediático es,
para bien y para mal, el signo de nuestro tiempo. Lo que se gana por un lado
como información rápida y accesible se pierde por otro como aceleración del
tiempo vital, bajo la presentación de una instantaneidad igualadora. Todas las
cosas tienen más o menos la misma importancia y son igualmente fugaces; todas
son diarias. Lo bello y lo siniestro, lo memorable y lo efímero conocen un único
tono de urgencia. La seriación. Todo es igual, del mismo valor, rango y
validez.
Lo
anecdótico, lo importante, lo extraordinario, lo picante, lo vulgar, lo
sublime, lo entretenido, lo terrorífico desfilan al mismo paso en esta especie
de barroca informativo. Un descalabro económico y un escándalo amoroso y un
acontecimiento deportivo y el estreno de una opera y el resultado de un juicio
y un fallecimiento.. La moral en lo mediático es esta y que, bajo la apariencia
de una humilde neutralidad de testigo sin prejuicios, trata de poner en pie de
igualdad realidades inconmensurables.
Todas las
cosas están así en una vecindad indiferente y poco creativa, compartiendo la
misma suerte y sis apariencia de discriminación. No hay entre ellas ninguna
relación de jerarquía o importancia en este enciclopedismo aparente. “El
empirismo de los medios no soporta más que fórmulas conocidas lo cual lo aísla
frente al desarrollo creativo y “cometodo” de las redes sociales, en todo ello
existe creatividad y contenido valioso. Lo anterior es porque los medios se
ocupan de que no aparezca como relacionado lo que está relacionado”.
(Sloterdijk)
Si todo
tiene el mismo valor, si es indiferente, entonces el comportamiento que más se
ajusta a este modo de proceder es el zapping. Es la correspondencia exacta de
la neutralidad informativa. Neutralidad por neutralidad. Si el comunicador (en
cualquiera de sus formatos) es el primero que no concede más atención a una
noticia o contenido sublime que a una menudencia escandalosa, el homo zappens
no puede ser criticado por su afán de no dejarse a atrapar y perder la soberana
iniciativa que le proporciona el mando a distancia. Lo único creativo hasta
este punto y lo único injustificable es que exija seriedad quien no se hace
merecedor de ella.
La primacía
del presente
Se puede
deplorar el hecho de que en el espacio público se presenten basuras culturales.
Pero no puede olvidarse tampoco que –como lo muestra el zapping- los efectos de
los medios son cada vez más superficiales y epidérmicos, que la publicidad no
tiene tanta fuerza ni creatividad como para aniquilar la reflexión, la
comparación y la interrogación personal. Las técnicas de promoción, el
marketing, no destruyen el espacio de la discusión y la crítica, sino que ponen
en circulación una diversidad de autoridades, multiplican las referencias, los
nombres y las celebridades. No es cierto que los grandes productos culturales
sean eclipsados por la impostura seudocultural, pierden únicamente su aura, su
posición soberana, inaccesible. Se disuelven las figuras absolutas del saber y
las actitudes de reverencia en beneficio de un espacio de interrogación más
amplio (quizás más creativo). La producción de imágenes es una tecnología que
suscita deseos, pero que acelera también su desplazamiento y, a la larga,
favorece la desintegración.
Estamos
instalados en esa primacía del presente y la instantaneidad, que aparece en la
arquitectura rítmica de los productos culturales, dominados cada vez más por el
éxtasis de la celeridad e inmediatez. El código de la velocidad impone una
superficie de efectos audiovisuales sin interioridad, sin lentitud o tiempos
muertos. Se trata de una cultura cinética construida sobre el choque y la
sensación inmediata. Todo tiene lugar como si el tiempo de comunicar algo no fuera
más que una sucesión de instantes en competición de unos con los otros. El
videoclip musical es el arquetipo de una cultura Express, con su desfile de
imágenes aceleradas en una combinación de arbitraria y extravagante, que no
pretende en absoluto ilustrar un texto musical sino acompañar su ritmo. Cada
imagen vale en su instante, sólo cuentan la estimulación y la sorpresa que
provocan, no hay más que una acumulación disparatada y precipitada de impactos
culturales, una estimulación sin memoria y con códigos de creatividad débiles.
El objetivo fundamental es impactar al público con la tecnología del ritmo
rápido, de la secuencia flash, de la simplicidad, no hay necesidad de memoria,
de referencias, de continuidad. Es la expresión más acabada del culto a la superficie.
Ahora bien
todo tiene sus ventajas. La otra cara de la novedad es el envejecimiento
prematuro de lo que ayer era presentado como nuevo. Por tanto, cuando se nos
anuncia alguna novedad con tonos triunfantes, podemos mirarla con la ironía de
quien conoce su próxima caducidad. Por otra parte la inclinación ideológica ha
afortunadamente neutralizada, pulverizada por la velocidad. Este es el contexto
gracias al cual los sistemas ideológicos
han perdido autoridad y no tanto su posible fracaso práctico. La información es
un agente determinado en el proceso de desafección de los grandes sistemas de
sentido que acompañan la evolución contemporánea de las sociedades
democráticas, reduciendo el impacto de las ambiciones doctrinarias y forjando
una conciencia cada vez más reacia a los discursos proféticos y dogmáticos.
Descalificando el espíritu de sistema, propagan una alergia a las visiones
totalitarias del mundo y aceleran la dispersión individualista. El resultado es
un saber genéricame4nte frágil. Los medios de comunicación o mass media tienen
por efecto desestabilizar los contenidos y la organización de los
conocimientos. Lo que se pierde en seguridad y coherencia se gana en
receptividad, elasticidad y creatividad pues da el espacio para ella. Esa cultura
de mosaico y rapsódica consiste en que se saben más cosas, pero con menor
solidez, nada asimilado ni organizado.
Democráticas
del zapping
En este
panorama me parece que la figuradle espectador que practica zapping tiene un
sinnúmero de razones a su favor. Si las cosas en el mundo de la información son
así, nadie le negará el derecho a esa peculiar desconcentración de su nomadismo
informativo, lo que a mi juicio resta y paraliza toda acción creativa de lograr
consultarse el porqué o como poder hacer el entorno de la información (o
producto) más práctica o innovadora. Pero son tiempos propicios para los
patólogos ávidos de descubrir nuevas enfermedades. Más difícil es encontrar la
terapia oportuna y mucho más caer en la cuenta de que, a menudo, la solución no
está en manos de la víctima , atrapada en un sistema cultural que apenas
permite otro tipo de comportamiento. Esto es a mi juicio, lo que ocurre con
quien practica zapping televisivo. Los expertos lo han abierto la veda contra
el gozoso vagabundear saltando libremente de un programa a otro, armado
únicamente con el inofensivo mando a distancia. Para el psicólogo se trata de
una incapacidad de concentración que destruye el equilibrio interior de una
persona (realidad que debe ser tomada en cuenta por los creativos para lograr
captar en el tiempo a este espectador). Un oftalmólogo previene contra el dolor
de cabeza y de ojos que provoca ese nerviosismo.
La prensa
alemana informaba acerca de un matrimonio de jubilados había fracasado por
haberse roto el pacífico entendimiento en torno a la elección de los programas.
El consenso matrimonial destrozado por el desacuerdo televisivo. Si los
jubilados hubiesen hecho zapping se hubieran evitado el conflicto (los
publicistas desestiman este segmento pues no consideran o no han considerado a este segmento como uno que recobra
importancia con la nueva era de la comunicación 2.0). En esta caza y captura se
esconde también el resentimiento de la industria publicitaria, lógicamente
interesada en impedir que alguien escape de la seducción de los anuncios. Pero
el homo zappens tiene una flexibilidad, su capacidad de relacionar, su deseo de
obtener una panorámica sobre todas las cosas (hoy lo pueden hacer a través de
la red y sus componentes), su intento de no dejar nada afuera de consideración,
le confieren una posición muy ventajosa frente a la seriedad de la simulación
informativa.
Nos enseña
que la atención ha de estar en función de la relevancia y que, donde casi todo
es irrelevante, la atención tiende a ser mínima. Pero, sobre todo ha
descubierto la verdad de la televisión mucho mejor que quien permanece
obstinado en un único programa y se lo toma por completo en serio (dura tarea
de los creativos en lograr en cantar a los demás, que componen el entorno de
ese medio).
Carlos
Soria ha propuesto considerar la televisión como un electrodoméstico más. Lo
cual es una manera de protestar contra su pretendido monopolio y decirles a
través del mando a distancia “such is not life”.
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